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De viajes, microbios y películas

De viajes, microbios y películas

La sonda Cassini, lanzada por la NASA en 1997, exploró Saturno y sus lunas hasta 2017. Su misión revolucionó nuestra comprensión de Encélado y Titán, revelando océanos subterráneos y atmósferas complejas que podrían albergar vida.

La sonda Cassini, lanzada por la NASA en 1997, exploró Saturno y sus lunas hasta 2017. Su misión revolucionó nuestra comprensión de Encélado y Titán, revelando océanos subterráneos y atmósferas complejas que podrían albergar vida.

A menudo nos vienen a la mente las palabras de H. G. Wells en La Guerra de los Mundos (1898) refiriéndose al papel de los microorganismos en el mundo en el que vivimos, su mundo. Todo será porque nos dedicamos a esto de la microbiología, pero es que, aunque no los veamos, los microbios son omnipresentes. Viven sobre nosotros, los respiramos y, literalmente, nos rellenan. Aunque se trata de los seres más humildes de la naturaleza (nótese esa visión paternalista de seres macroscópicos multicelulares), tienen características que les confieren esa capacidad, la de la ubicuidad. Características que todos los lectores ya conocen, aunque no lo sepan (les invitamos a seguir leyendo).

Mirando al cielo es fácil olvidar que los microorganismos están en la atmósfera, el medio más efectivo para distribuir formas de vida por doquier. Son demasiado pequeños para caer al suelo, como las grandes empresas, pero al revés, too small to fall. Los mismos microbios que, antes de su descubrimiento, aparecían en forma de moho, como por arte de magia, creciendo sobre un plato de comida abandonado y que dieron lugar a la teoría de la generación espontánea de la vida: ¡¿cómo podía si no aparecer algo desde la nada?! Nos vamos a dar el lujo aquí de citar a Aristóteles como uno de los precursores de la idea de la generación espontánea de la vida.

La Vía Láctea vista desde la Tierra, un recordatorio de la inmensidad del cosmos y la posibilidad de vida en otros mundos. Estudios sobre la panspermia sugieren que la vida podría viajar entre estrellas a bordo de meteoritos o cometas.

La Vía Láctea vista desde la Tierra, un recordatorio de la inmensidad del cosmos y la posibilidad de vida en otros mundos. Estudios sobre la panspermia sugieren que la vida podría viajar entre estrellas a bordo de meteoritos o cometas.

Un tiempo después, con el invento del microscopio, fuimos conscientes de su existencia y de su ubicuidad: están en todas partes y, quizás, pueden llegar a cualquier punto de nuestro planeta. De hecho, se han detectado microorganismos en los sitios más inverosímiles, desde las mayores profundidades del océano, en ecosistemas casi completamente desconectados del resto de la Tierra, hasta a 400 kilómetros de altitud, alrededor de la Estación Espacial Internacional. Aunque esto lo sabemos desde hace relativamente poco, ya nos lo habían adelantado geniales autores de ciencia ficción. Si el lector tiene algunos años, recordará un clásico escrito por Michael Crichton y llevado posteriormente al cine (La Amenaza de Andrómeda, 1971) donde un satélite espacial militar recolecta microorganismos del espacio exterior, probablemente a una altitud similar. Pese a la coincidencia, y afortunadamente (atención, spoiler), los microbios encontrados en la órbita de la Estación Espacial Internacional no son tan nocivos como los que aparecen en dicha obra, se trata de microbios comunes de la superficie terrestre.

Hay más. Están fuera, pero ¿podrían volver a entrar? La duda surge a partir del conocimiento que todos tenemos del proceso de entrada de objetos espaciales en la atmósfera terrestre, en el cual todo se vuelve llamas. Más aún si la entrada no es perfecta, como le pasó al amigo Tom Hanks en Apollo 13 (1995). Pues, incluso en esas ardientes condiciones, hay microbios capaces de sobrevivir y volver a activarse una vez en la superficie. Y aquí tampoco hemos sido nada originales los científicos, tenemos películas y libros a porrillo, que nos enseñan microbios/bichos, generalmente malos, que vienen a visitarnos sobre meteoritos. Por ejemplo: el simbionte de Spiderman (que da lugar a Venon) o, muchísimo antes, El color que cayó del cielo (H. P. Lovecraft, 1927), un relato clásico de terror que tiene también su película de 2020.

Este hecho, esa posible entrada en la Tierra que aparece en las películas y relatos, nos lleva a otra cuestión: si han venido de otra parte, es que pueden sobrevivir a un viaje por el espacio de un tiempo más bien prolongado y en unas condiciones cuanto menos adversas. Esta posibilidad ha sido formulada por científicos en una teoría conocida como Panspermia, concretamente por Svante Arrhenius a principios del siglo XX (Arrhenius, 1908). Pues hoy día sabemos que hay determinados compuestos, como la melanina (sí, la misma que nos pone morenos en verano) que puede ayudar a los microorganismos a sobrevivir a las radiaciones que se dan allá arriba (allá arriba o dentro del reactor nuclear de Chernóbil, ¡que eso también se ha estudiado!  Hay otros seres, un poco más complejos, los tardígrados, con unas capacidades dignas de otro mundo para sobrevivir a las más extremas condiciones. Estos ositos (sí, parecen ositos con cierto toque alienígena) diminutos, aunque gigantes en el mundo de los microorganismos, pueden aletargarse hasta un estado conocido como criptobiosis, que les permite resistir la desecación, las temperaturas extremas (desde casi el cero absoluto hasta más de 150 °C), radiaciones intensas, e incluso la exposición directa al vacío del espacio. Revivir organismos tras un letargo prolongado, de miles o millones de años, es, aparte de algo que hemos logrado repetidas veces , una forma estupenda de crear malos de película. Una de las favoritas es el thriller psicológico La Cosa, 1982, basada en el relato ¿Quién anda ahí? (John W. Campbell Jr., 1938). No adelantamos nada para los lectores más jóvenes. Un ejemplo más actual, es la angustiante Life, 2017, donde un grupo de científicos reanima y cultiva un microbio marciano… ¿Qué podría salir mal?

Los tardígrados, pequeños organismos extremófilos, han demostrado una increíble resistencia en el espacio. Experimentos han confirmado que pueden sobrevivir a la radiación cósmica y al vacío, lo que los convierte en candidatos para la supervivencia en condiciones extraterrestres.

Los tardígrados, pequeños organismos extremófilos, han demostrado una increíble resistencia en el espacio. Experimentos han confirmado que pueden sobrevivir a la radiación cósmica y al vacío, lo que los convierte en candidatos para la supervivencia en condiciones extraterrestres.

Pese a estos augurios cinematográficos, no parece que hayamos recibido o transportado pasajeros inesperados interplanetariamente. Eso no quita que los humanos tengamos esta posibilidad como algo presente. De hecho, existe un Tratado del Espacio Exterior (1967) que obliga a los países a tratar de evitar la contaminación perjudicial de otros cuerpos celestes y de la Tierra. Para ello, por ejemplo, las sondas que van a otros planetas son pormenorizadamente esterilizadas, no vaya a ser que, en un futuro no muy lejano, aparezcamos los humanos en películas de seres de otros planetas sembrando vida cual alienígena primigenio de Prometheus (2012).

Un último detalle. Hemos comentado que hemos encontrado microorganismos terrestres a 400 km de altitud, pero no sabemos muy bien cómo han llegado allí. Una posibilidad es que sean contaminaciones de la propia actividad humana en el espacio. Sin embargo, hay formas naturales de poner en órbita material desde la superficie de un cuerpo celeste. Existe una luna en Saturno, Encélado, cubierta por una capa de hielo de hasta decenas de kilómetros de grosor que guarda un océano líquido igualmente profundo. Desde el polo sur de dicha luna, de cuando en cuando, son expulsados chorros de hielo a distancias del orden de cientos de kilómetros. En otras palabras, tenemos un ascensor formidable poniendo en órbita material de forma frecuente. La nave Cassini de la NASA estudió estos chorros en detalle entre 2005 y 2015, para encontrar que había en ellos sustancias orgánicas, señalando a esta luna como uno de los posibles lugares donde buscar vida fuera del planeta Tierra en el Sistema Solar. Pero no es la única. Otras lunas de Júpiter ya fueron señaladas en la ficción como posibles centros de desarrollo de vida, como Europa en 2010: Odisea Dos (novela de Arthur C. Clarke, 1982; película, 1984). Más tarde se ha constatado la presencia real de mares de agua líquida en ésta y otras lunas de Júpiter (Ganímedes y Calisto). Pero el caso más curioso es imaginar la vida en Titán (luna de Saturno), pero una vida muy diferente, en lugar de darse en mares de agua, sería en mares de metano… (Los dragones de Titán, 1944, Arthur C. Clarke).

Quizás, y volviendo a parafrasear a H. G. Wells, los humanos, con infinita complacencia, vamos de un lado a otro por el planeta ocupándonos de nuestros pequeños asuntos, seguros de nuestro dominio sobre la materia. Tal vez los microbios que vemos al microscopio hacen lo mismo, y son realmente ellos los que en estos momentos surcan los límites del Sistema Solar buscando colonizar otros mundos sin esperarnos a nosotros…


¡Aviso! Hidden Nature no se hace responsable de la precisión de las noticias publicadas realizadas por colaboradores o instituciones, ni de ninguno de los usos que se le dé a esta información.

Autor Álvaro López García

Científico titular en la Estación Experimental del Zaidín. Pertenece al grupo de Micorrizas. Su investigación se centra en la ecología de las comunidades de microorganismos del suelo y su relación con las plantas. Actualmente, es coIP del proyecto COEXCLIM, Ministerio de Ciencia e Innovación de España, financiado través del Subprograma Estatal de Generación de Conocimiento 2022 [PID2022-140086NB-C21 y PID2022-140086NB-C22], proyecto coordinado entre la Universidad de Jaén y la Estación Experimental del Zaidín, CSIC; y colíder del paquete de trabajo WP4 sobre microbioma del olivar en el proyecto europeo Soil O-Live (Ref. 101091255).

Autor Jesús Mercado Blanco

Investigador Científico del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España), actualmente adscrito a la Estación Experimental del Zaidín (EEZ-CSIC) donde co-lidera el grupo de investigación Microbiología de Ecosistemas Agroforestales (https://grupos.eez.csic.es/mae/).


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