¿Por qué hay que lavarse los dientes varias veces todos los días? ¿Qué ocurre si no lo hacemos? ¿Por qué a veces por las mañanas la boca nos huele como si, en vez de despertar, acabásemos de resucitar de la tumba? ¿Fumar incrementa el riesgo de padecer caries? ¿De verdad la placa dental puede tener algo que ver con algunas patologías de corazón? El común denominador de las respuestas a todas estas preguntas son las bacterias que conviven y se perpetúan sobre nuestros dientes y entre nuestras encías. Por ello, atajamos en esta entrada los aspectos generales más relevantes de la microbiología oral a partir de sus protagonistas.
Más bacterias en los dientes que animales en la selva
Nadie tiene demasiado claro cómo en el siglo XVII un mercader de telas autodidacta en el soplado y pulido de vidrio pudo desarrollar una técnica tan sofisticada como para crear lentes capaces de ampliar hasta doscientas veces el tamaño de lo observado. Sin embargo, lo que sabemos es que ocurrió: el comerciante neerlandés Anton van Leeuwenhoek pasó a la fama no por sus tejidos, sino por haber observado por primera vez espermatozoides, células de la sangre o microorganismos a partir de crear los microscopios simples más potentes de su época (para que te ubiques, ¡cuando El Quijote acababa de ser escrito!). Su interés por las lentes comenzó a razón de mejorar las lupas cuentahílos que todavía a día de hoy se utilizan como utensilios de mano para medir la densidad y calidad de las fibras, pero conforme descubrió que el mundo que observamos con los ojos esconde seres vivos imposibles de ver sin ser aumentados, se apoderó de él un afán por mejorar su técnica, generar más artefactos y entretenerse viendo las cosas a microescala.
Su primera observación de bacterias fue en una infusión de pimienta y, a partir de ahí, nada pareció pararle: que si en aguas estancadas, que si en cadáveres, que si en fango, que si en el sarro de los dientes… Y fue, precisamente, en la placa dental donde Leeuwenhoek concluyó que en nuestra boca hay más “animales” que en una selva tropical. A día de hoy, sabemos que el cuerpo humano es soporte de numerosos ecosistemas microbianos de gran importancia para nosotros. Nuestro intestino grueso, por ejemplo, contiene unas 100.000.000.000.000.000 bacterias (se estima que en la Vía Láctea hay, tirando al alza, unas 400.000.000 estrellas, para que te hagas una idea). En la boca, se estima un orden de 100 mil millones de bacterias.
Nota
Desde la década de 1970 se hizo bastante popular la idea de que los humanos teníamos un 10% más de células bacterianas que humanas como tal (lo que implicaría que somos un 90% más bacterias que otra cosa), pero estos datos se han revisado en 2016 y se ha demostrado que se ha tratado todo de un malentendido, un error de extrapolación y de sobregeneralización tanto del tamaño de las células humanas como de la distribución de las bacterias en el cuerpo humano, ya que no se reparten por igual en todo el organismo. Atendiendo a la revisión de Sender, el número de células humanas y bacterianas en el cuerpo humano está, más o menos, a un 50%-50%.
El vecindario de las comunidades orales
Es un error considerar que las bacterias que hay en la boca son todas iguales y se encuentran de la misma manera que los granos de polvo están sin pena ni gloria sobre los muebles. En realidad, hay muchas especies distintas de bacterias habitando las cavidades orales. Se aproxima que hay unas seiscientas especies potenciales y que cada persona tiene unas setenta. Y hay un acuerdo bastante generalizado en que, de entre todos los ecosistemas microbianos que ofrece el cuerpo, la microbiota de la boca es especialmente compleja, ya que se trata de un lugar con muchos ambientes y soportes susceptibles de ser colonizados: superficies minerales duras como los dientes, cavidades como los pliegues gingivales, zonas expuestas como el epitelio de las mejillas o las rugosidades de la lengua, entre otros. A esto se suma que una persona cualquiera se encuentra expuesta a multitud de microorganismos a través de los alimentos, del aire aspirado, del agua o por el contacto con superficies u otros individuos.
Tal vez cueste vernos a los seres humanos, tan acostumbrados a considerarnos simples individuos, no sólo como un ecosistema, sino como un conjunto de ecosistemas andante. Sin embargo, a nivel microscópico, así es, y los microorganismos que el propio cuerpo alberga (e, incluso, parece cultivar) presentan numerosas adaptaciones y relaciones ecológicas a cada tipo de ambiente.
Las bacterias típicas de la boca están muy acostumbradas a que haya cantidad de líquidos que pueden arrastrarlas, por lo que muchas de ellas cuentan con mecanismos de adhesión especializados. Como es sabido, las bacterias tienen numerosas proteínas propias en sus cubiertas externas que sirven para unirse a superficies, ya sea al esmalte dentario o a otras bacterias; otras proteínas son enzimas que sirven para polimerizar azúcares y otras muchas sirven para detectar señales del entorno, algo indispensable para adaptarse a él. Y es que las bacterias orales no solo presentan estructuras que les permiten adherirse a las superficies, sino que construyen comunidades enteras pegándose unas con otras formando capas conocidas como “biopelículas”.
Las biopelículas son un vecindario microbiano adherido a una superficie. Aunque no son para nada exclusivas de la boca, en este contexto se conocen como “placa dental”. La placa es una forma que tienen las bacterias de crecer pegadas a la superficie de los dientes y se construye a partir de la polimerización de azúcares. En esencia, las bacterias construyen una malla de polisacáridos en la que se embeben y crecen dentro de ella a salvo de los líquidos que las pueden eliminar de la superficie donde están. Asimismo, las biopelículas protegen en cierta medida contra la acción de los antibióticos y otras sustancias tóxicas para las bacterias, pues éstas quedan refugiadas en su interior.
Las biopelículas y las caries
De todo lo mencionado hasta ahora puedes deducir que el tomar azúcar está alimentando a las bacterias no sólo para crecer, sino también para generar las biopelículas dentales. Y es que el azúcar es un combustible muy bueno para que los microorganismos se nutran y reproduzcan, pero también es el cemento que usan para adherirse a los dientes. Además, en la boca hay una cantidad considerable de especies microbianas, como todas las bacterias orales del género Streptococcus, que fermentan estos azúcares y liberan ácidos como desperdicio.
Normalmente, en una boca sana e higienizada, las comunidades orales viven de forma armónica. El propio cepillado sirve para controlar su crecimiento eliminando los excesos. Sin embrago, también es fácil generar desequilibrios de crecimiento bacteriano dentro de la boca, bien sea por una falta de higiene (lo que se traduce en un aumento de nutrientes derivado de los restos de alimentos que quedan entre los dientes) o por el consumo de sustancias tóxicas (alcohol, tabaco…). Estos desequilibrios ecológicos los conocemos como “disbiosis” y, dentro de ellos, podemos englobar por ejemplo a las caries, que aparecen cuando las poblaciones de bacterias productoras de ácido se disparan y erosionan el esmalte dental hasta llegar a la pulpa, la parte orgánica y viva del diente.
En marzo de 2016 fue publicado en la revista de la Sociedad Internacional de Ecología Microbiana (ISME) un trabajo en el que sus autores exploraron el microbioma oral de fumadores y no fumadores en busca de diferencias. Entre sus resultados, obtuvieron que el tabaquismo dificulta el crecimiento de muchas especies, fundamentalmente Gram negativas, entre los que se encuentran algunas capaces de degradar ácidos e hidrocarburos, al mismo tiempo que fomenta el sobre-desarrollo de bacterias Gram positivas productoras de ácido. Así, los estreptococos orales, por ejemplo, veían sus poblaciones aumentadas en las bocas de los fumadores con respecto a la de los no fumadores. Con esto, los autores sugieren que el hecho de fumar podría incrementar del riesgo de padecer algunas enfermedades orales, como las caries y la periodontitis.
Entre las explicaciones que han dado a este fenómeno se incluye la presencia de algunas sustancias con actividad antibiótica en el tabaco o la interferencia de los hidrocarburos del humo con la pared celular de las bacterias Gram negativas (más grasa y menos gruesa que la de las Gram positivas). Asimismo, también se piensa que la reducción de la disponibilidad de oxígeno en la boca y la acidificación de la saliva asociada al humo, que beneficiaría a las bacterias que prefieren los ambientes ácidos. Dichos ambientes desgastan el esmalte dentario y conducen, pues, a la formación de caries y otras enfermedades más avanzadas a partir de ella.
Aliento a alcantarilla
El mal aliento asociado a la falta de higiene bucal es sólo un indicativo del crecimiento de bacterias metabolizando los restos de comida. El ácido sulfhídrico, los mercaptanos, la cadaverina o la putrescina (producidos por especies muy estudiadas como Porphyromonas gingivalis) son compuestos que nos producen una sensación desagradable al olerlas precisamente por liberarse de los cadáveres en descomposición y de los excrementos, donde las bacterias actúan de la misma manera. También podríamos citar el acetaldehído, una sustancia cancerígena que se produce por metabolismo del alcohol por parte de algunas bacterias.
Asimismo, y con respecto al mal aliento, no es raro encontrar microorganismos en la boca que, en principio, no deberían estar ahí, como las bacterias fecales. Lo más habitual es que éstas lleguen hasta la cavidad oral por medio de las manos, con las que tenemos contacto con muchos objetos y superficies pero nos olvidamos de lavar con frecuencia. Así, algo tan común en algunas personas como morderse las uñas puede ser vehículo de bacterias intestinales y patógenos asociados. Dichas bacterias no son obligatoriamente dañinas, aunque pueden ser acompañadas por agentes infecciosos más serios o miembros de su grupo efectivamente patógenos, y en el caso más suave solo nos dan mal aliento por falta de higiene.
Enfermedades cardíacas y placa dental
El riesgo que supone una mala limpieza es mucho más grave que la halitosis o las caries. El crecimiento de la placa dental por debajo de la encía puede inflamarla y empezar a pudrir el diente desde su raíz a la vez que destruye el tejido que le rodea, dando lugar a la gingivitis y, posteriormente, a las peligrosas periodontitis. También se sabe que las lesiones en la boca pueden hacer que algunos de los patógenos orales más comunes pasen al torrente sanguíneo. Se han obtenido evidencias de restos de bacterias orales en, por ejemplo, placas de ateroma responsables de la formación de coágulos obstructores.
Podemos extraer como moraleja que el cuidado de la boca trasciende a los propios límites “geográficos” de la misma. Y con higiene no nos queremos referir, de nuevo, al simple cepillado o el uso del hilo dental; el consumo de sustancias nocivas (tabaco, alcohol, otras drogas de abuso) también interactúa para con nuestra microbiota y nuestros tejidos, haciéndonos más vulnerables a la enfermedad.
Lo más importante
Podría parecer que las bacterias orales son un estorbo, pero lo cierto es que las necesitamos. Al menos, en su justa medida. Se ha reportado, por ejemplo, los beneficios de la actividad bacteriana de producción de nitritos en la saliva, que, posteriormente, se pueden convertir en óxido nítrico. Éste es un potente vasodilatador que puede ayudar a regular la tensión y prevenir la angina de pecho (de hecho, la nitroglicerina se vende en farmacias precisamente como medicamento previsor de los infartos por generar óxido nítrico en el interior del sistema circulatorio). Asimismo, el hecho de que mantengamos bacterias que son capaces de comer ácido frente a las que lo pueden producir nos beneficia en tanto que previene las caries.
Así pues, lo importante no es desinfectar la boca, sino tenerla convenientemente cuidada y con las poblaciones bacterianas ajustadas a sus niveles correctos. Cuando tomamos azúcar de cualquier tipo y no higienizamos nuestra boca, estamos conduciendo a nuestro ecosistema oral a un desequilibrio en cuanto a poblaciones de bacterias que podrían, en gran número, causarnos problemas de salud. De la misma manera, la higiene de todo aquello que nos llevamos a la boca determina qué poblaciones bacterianas podemos esperar encontrarnos. En base a las evidencias que muestran cómo nuestros hábitos perfilan nuestra microbiota oral y cómo ésta se relaciona con otras partes del cuerpo, cuidar de nuestra salud bucal es, al final, cuidar de la salud de todo nuestro organismo.
FUENTES Y REFERENCIAS
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1 comentarios en “La placa dental: una historia de amor-odio con las bacterias de tu boca”
Buen articulo, de ahi surge la importancia de lavarse bien los dientes.