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Las especies invasoras: un problema ambiental de origen humano

Las especies invasoras: un problema ambiental de origen humano

De entre los principales problemas medioambientales que ocupan nuestra atención en la última década, sin duda la cuestión de las especies invasoras está en el top 3 (quizás solamente superadas por el cambio climático y la contaminación). Sin embargo, el término de “especie invasora” encierra ciertos matices que pueden llevarnos a un autoengaño importante a la hora de generar buenas políticas de conservación ambiental,  y es que, tal como las nombramos, puede parecer que se trata de alienígenas que vienen de lugares remotos a deteriorar nuestros ecosistemas. Y, bueno… en parte, sí.  Pero, de la misma manera que términos tan categóricos y obsoletos como “malas hierbas” o “colesterol bueno” han pasado a la historia por llevarnos a error, llamar a las especies invasoras como tal también contiene un problema de importancia capital: que parece que la culpa la tienen ellas, en lugar de nosotros.

Cuando se hace referencia a una invasión biológica, puede surgir confusión con el concepto de “plaga”. Ambos pueden entenderse en términos de una especie de animal o planta (normalmente, pues para los demás organismos el concepto de invasor o plaga está bastante abandonado). Sin embargo, para que una especie sea invasora debe ser “alóctona”, es decir, procedente de un lugar completamente ajeno a donde se está desarrollando con el carácter invasor. Además, este comportamiento perjudicial no se exhibe en su lugar de origen, donde funcionaría como un nodo más de la red trófica. En cambio, una plaga (como las langostas o las termitas), tienen un comportamiento similar allá donde van y su carácter multiplicador no se debe tanto a que se las coloque fuera de su sitio natural. Así, de acuerdo con la Ley 42/2007 del 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, una invasora es, forzosamente, un agente foráneo de cambio y amenaza para los ecosistemas, ya sea por su agresividad o por el riesgo de “contaminación genética”.

La hierba de la Pampa (Cortaderia selloana) es una de las plantas invasoras más comunes en nuestro país, pudiendo encontrarse en todo tipo de lugares. Abunda especialmente en las cunetas de carretera y bordes de caminos, donde la vegetación está totalmente degradada.

La hierba de la Pampa (Cortaderia selloana) es una de las plantas invasoras más comunes en nuestro país, pudiendo encontrarse en todo tipo de lugares. Abunda especialmente en las cunetas de carretera y bordes de caminos, donde la vegetación está totalmente degradada.

Hay una cantidad ingente de especies que, en nuestro país,  funcionan como invasoras desplazando a las especies naturalizadas o propias de aquí. Las acacias, los eucaliptos, los plumeros de la Pampa, los visones americanos, los escarabajos picudos de la palmera, la avispa asiática, las uñas de gato… todos y muchos más son los protagonistas centrales de esta cuestión. Sin embargo, cabe preguntarnos: ¿por qué hay tantas especies invasoras de pronto? ¿Acaso antes no las había? ¿De dónde vienen? ¿Por qué dañan el ecosistema?

La respuesta más sencilla es que, en realidad, las especies invasoras son tantas porque son especies normales y corrientes que han crecido en muchos y múltiples ambientes que las han hecho evolucionar adaptadas a ellos. Por ejemplo, los eucaliptos (clásicos villanos del bosque caducifolio atlántico) son autóctonos de las Montañas Azules de Australia, llamadas así por una neblina añil que procede de los aceites volátiles de los eucaliptos. En estos lugares tan áridos, estos árboles han crecido para absorber una gran cantidad de agua, crecer muy rápido y segregar sustancias que limitan el crecimiento de competidoras cerca de ellos; asimismo, el resto de la flora y la fauna australianas han evolucionado en sintonía y el ecosistema que forman los eucaliptos en Australia no muestra su carácter invasor.

Detalle del mapa de Tanzania y países vecinos; el lago Victoria, azuzado por las invasiones biológicas (destacando la perca del Nilo) se encuentra al norte. Las fronteras de los países africanos suelen ser líneas prácticamente rectas debido a que fueron trazadas con regla por las potencias imperialistas europeas que, entre los siglos XIX y XX, se repartieron África.

Detalle del mapa de Tanzania y países vecinos; el lago Victoria, azuzado por las invasiones biológicas (destacando la perca del Nilo) se encuentra al norte. Las fronteras de los países africanos suelen ser líneas prácticamente rectas debido a que fueron trazadas con regla por las potencias imperialistas europeas que, entre los siglos XIX y XX, se repartieron África.

Cuando en el siglo XIX (1860) se trajo a España el eucalipto como especie de repoblación y como cultivo para la industria de la celulosa debido a su rápido crecimiento, no se tuvo la menor consideración de que esta especie había crecido en un ambiente que la había hecho una gran competidora por los recursos ambientales. Por tanto, el eucalipto ha tenido vía libre para exhibir sus capacidades en un ambiente donde la falta de exigencias tan drásticas ha cincelado especies que no siempre aguantan la tralla que les da el eucalipto. No obstante,  cabe indicar que la gran mayoría de los eucaliptos se mantienen y plantan como cultivo; sin esta ayuda, su propagación no lo habría llevado a ser en unas pocas décadas a ser tan abundante

La mayor parte de especies invasoras destacan por sus habilidades reproductivas y, en su defecto, por su capacidad para limitar la reproducción de sus vecinas. Muchas de ellas tienen una reproducción clonal tan o más eficaz que su variante sexual, con un desarrollo de mayor celeridad y suelen tener mecanismos de dispersión muy eficaces. Los plumeros de la Pampa (Cortaderia selloana) o la siempreviva (Helichrysum stoechas), por ejemplo, usan el viento para la dispersión de sus cientos de semillas preparadas para el vuelo y dispuestas a germinar allí donde caigan. Las avispas asiáticas (Vespa velutina), por su parte, causan un gran daño a los insectos polinizadores y dispersores de la diáspora de muchas especies vegetales autóctonas, como las hormigas o las abejas; las avispas son depredadoras, no recurren a las plantas para subsistir y desarrollar sus colonias, de manera que no reemplazan el papel ecológico que estos insectos desempeñan.

En cualquier caso, la presencia de especies invasoras es una cuestión ligada eminentemente a la ocupación que hacemos los humanos del territorio, al uso que le damos al suelo y a la agresión que le ocasionamos. Para que una especie invasora se asiente en un ecosistema, primero tiene que ser transportada hasta él, voluntaria o accidentalmente, y debe tener nichos vacíos que ocupar. Los terrenos degradados y expuestos, la mala gestión de los montes (cada vez más despoblados) y el exponencialmente creciente trasiego de mercancías e industria de un lugar a otro del planeta propician que estas décadas tengan como protagonistas ambientales a las especies invasoras. De hecho, nuestras propias especies autóctonas pueden ser invasoras en otros sitios: el tojo (Ulex europaeus), por ejemplo, es una invasora altamente agresiva en Sudamérica, mientras que aquí forma comunidades características asociado a los brezos, formando una vegetación que crece típicamente en terrenos degradados.

A nivel social, algunas especies invasoras tienen repercusiones rocambolescas. Uno de los casos más sonados es el de la perca del Nilo (Lates niloticus), introducida por los británicos en el Lago Victoria (Tanzania) entre 1950 y 1960[1]. Los intereses del lago como recurso pesquero en Europa ya se venían anunciando desde la Gran Depresión, en un momento en el que Gran Bretaña necesitaba mucho dinero ante el ascenso de la Alemania Nazi, pero no fue hasta finales de la Segunda Guerra Mundial cuando se empezó a plantear la introducción de especies “exóticas” para mejorar el potencial pesquero del lago. En realidad, en este lago habitaban unas 12.000 especies de pequeños peces (muchos de ellos, autóctonos) que a la población humana nativa no les suponía ninguna molestia, pero que a los europeos les parecieron prácticamente imposibles de sacar rendimiento. Así que se introdujo, primero clandestina y después oficialmente, la perca del Nilo, que resultó ser tan voraz que acabó con la práctica totalidad de especies nativas.

En torno a este pez crecieron numerosas industrias de procesamiento, fileteado, congelado y exportación; los pescadores del lago se quedaron sin trabajo y sin pesca, sustituidos por los barcos de arrastre que, desde entonces, fijaron el precio del pescado cuando antes, ello, correspondía a los propios pescadores. Para los pobladores del Lago Victoria, sólo quedaron los restos que desechaban las fábricas (básicamente, las raspas), sin poder acceder a los filetes procesados para su exportación a Europa, Asia y Norteamérica. A la pesca furtiva y la malnutrición de la población nativa se sumó que la exportación rara vez se realizaba a los países de destino, sino a través de empresas intermediarias que recibían la mercancía a través de aviones de carga rusos que llevaban los filetes a los puntos intermedios de re-exportación. La prostitución se desarrolló en los puertos al servicio de los pescadores y pilotos occidentales, con el drama social y las enfermedades que azuzaron consecuentemente a la población. Para pagar tales aviones, contratados por las propias fábricas de procesado, a menudo éstos transportaron armas para los grupos guerrilleros insurgentes del Congo. En definitiva, un derroche de violencia, opacidad, tráfico de armas, hambre y miseria para la población de Tanzania y el Congo y un ecosistema de enormes dimensiones destrozado. Y ni la culpa ni la responsabilidad podemos achacársela a la perca del Nilo.

Es muy sencillo reducir el problema de las especies invasoras a una cuestión circunscrita a la esencia dañina de ciertos animales y plantas, pero tras cada caso se esconde un grave problema de gestión y conservación del medioambiente en un mundo donde, por el momento, tienden a primar los intereses del capital y la industria. Odiamos a las especies invasoras no porque se propaguen a un ritmo inusualmente rápido, sino porque están señalando un mal hacer, una equivocación, un descuido y un abandono de nuestros espacios naturales por la sociedad.

[1] A este respecto, recomendamos el documental de La Pesadilla de Darwin, de Haubert Saupert


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Autor Juan Encina Santiso

Profesor de ciencias, graduado en Biología por la Universidad de Coruña y Máster en Profesorado de Educación Secundaria por la Universidad Pablo de Olavide. Colabora en proyectos de divulgación científica desde 2013 como redactor, editor, animador de talleres para estudiantes y ponente. Actualmente, estudia Psicología por la UNED.


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