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No es oro todo lo que reluce

No es oro todo lo que reluce

Antes de las vacaciones, gran parte de las personas eligen su lugar de disfrute atendiendo a la proximidad de áreas donde pueden conectar con la naturaleza y observar todo lo que el entorno les ofrece. Se dejan encandilar por la belleza de los paisajes, toman fotos y escuchan a los guías hablar acerca de lo sano y cuidado que está el lugar en el que se encuentran. Sin embargo, hay algo que escapa de sus vistas o, al menos, no son capaces de percibirlo. El ecosistema donde habitan no está funcionando como debería y las interacciones que tienen lugar dentro de él se están debilitando. Tan solo expertos en el tema serían capaces de darse cuenta de ello.

Ambiente salino propio de halófitas

Ambiente salino propio de halófitas

Hoy en día, este problema podemos extrapolarlo a casi cualquier ecosistema del planeta, pero en este artículo, la atención estará especialmente dirigida a los estuarios, los cuales hasta hace poco carecían de interés científico. Dichos entornos, destacan por la presencia de una flora característica incluida dentro del  grupo de los organismos halófilos, gracias a su alta capacidad para tolerar el fuerte estrés salino al que viven sometidos.

Los estuarios, descritos como cuerpos de agua costeros semicerrados que están conectados al mar de forma permanente o periódica, pero con una salinidad diferente a la del océano adyacente (debido a las entrada de agua dulce y compuestos de una biota característica), se encuentran entre los más amenazados del planeta debido a la contaminación por metales pesados, los cuales se acumulan en sus sedimentos  procedentes de la actividad antropogénica.   Más allá de las concentraciones a las que se encuentren estos metales,  la gravedad del asunto radica en que dichos compuestos son muy susceptibles a cambios geoquímicos que acaban afectando a su biodisponibilidad en el medio acumulándose los organismos.

Sobre la flora, dos de las principales consecuencias derivadas de la exposición prolongada a metales pesados son: (1) daños severos en el fotosistema II debido a la acumulación de energía lumínica por la destrucción de los pigmentos antena y (2) aumento del números de especies reactivas de oxígeno (ROS) que provocan un desajuste de la homeostasis de las células vegetales.

La dificultad para determinar qué daños concretos causaban en el entorno, propició la búsqueda de biomarcadores en seres vivos (especies centinelas “a ojos de la ciencia”), los cuales hacen referencia a organismos con capacidad para informarnos acerca del estado del ecosistema en el que viven gracias a sus características biológicas, bioquímicas, fisiológicas y antropométricas. En relación a esta definición, las halófitas se convirtieron en uno de los organismos más adecuados de monitorear a corto y largo plazo debido a su naturaleza sésil, en contraposición a estos hábitats dinámicos donde los metales pesados se depositan por acción de las mareas.

Debido a la exposición crónica a estos metales, parte de su química deja huella sobre las halófitas permitiendo obtener registros detallados sobre la contaminación de los estuarios, ya que los mismos mecanismos que emplean para crecer en ambientes tan salinos son también los que les permiten vivir en presencia de estos elementos.

Gracias a estas observaciones, recientemente, se han incluido a la lista de biomarcadores los ácidos grasos que componen parte del lipidoma de ciertas plantas halófilas, por mostrar variaciones en sus perfiles lipídicos cuando son sometidas a distinto grado de contaminación por metales pesados.

Halófitas de marismas utilizadas como biomarcadores.

Halófitas de marismas utilizadas como biomarcadores.

Los análisis de sus perfiles lipídicos permitieron establecer dos tipos de poblaciones control: sensibles a la contaminación como Halimione portulacoides, Sarcocornia fruticosa y Spartina patens y las tolerantes a la contaminación como Spartina maritima. En las especies más sensibles, los cambios más evidentes fueron el decrecimiento de los ácidos grasos de tipo 18:31 (ácido linoleico) y el incremento de los de tipo 16:0 (ácido palmítico), mientras que la tendencia inversa fue observada en los plantas tolerantes.

Por lo tanto, independientemente de la importancia fisiológica que dichos ácidos grasos proporcionan en las membranas  de las células vegetales de las halófitas, su nueva función descubierta podría resultar un factor clave para evitar la aparición de daños irreversibles que puedan producirse sobre el ecosistema en el que desarrollan.

Notas

Notas
1 Ácido linoleico (18:3) : compuesto por 18 átomos de C y presencia de 3 insaturaciones o dobles enlaces cada tres átomos de C.

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Autor Carlos Jesús Pérez Márquez

Estudiante de Grado en Biología. Apasionado de la microbiología y lo que no está al alcance de nuestra vista. Todo ello combinado con vida diaria saludable y guiada por la música.


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