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Darwin, el etólogo

Darwin, el etólogo

Con frecuencia nos recuerdan que los padres de la Etología, disciplina encargada del estudio científico del comportamiento animal, son la terna compuesta por los austríacos Konrad Lorenz y Karl Ritter von Frisch, a la que debemos sumar al neerlandés Niko Tinbergen. Los tres, como digo, fueron condecorados en el año 1973 con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus contribuciones a este novedoso y revolucionario campo de estudio. Entre los tres, formularon las bases de la “organización y elicitación de los patrones de conducta individual y social”. Para comprender una conducta completamente, establecieron un sistema de trabajo consistente en dar respuesta a cuatro preguntas básicas, conocidas como “preguntas de Tinbergen”, las cuales son:

  1. ¿Cuál es la causa? En otras palabras, qué estímulo o estímulos elicitan o desencadenan la conducta.
  2. ¿Cuál es su valor? Es decir, debemos establecer en qué forma, este comportamiento, contribuye (o no) al éxito reproductor o la supervivencia del individuo y/o su especie.
  3. Causa ontogénica. Este punto hace referencia a cómo se desarrolla la conducta a lo largo de la vida del animal.
  4. Causa filogenética. Busca conocer cómo ha surgido el comportamiento, dilucidando qué factor (o factores) han hecho posible que la conducta adopte una forma determinada y no otra. En definitiva, busca establecer si el comportamiento es heredado o aprendido y en qué grado.
Konrad Lorenz (izquierda) y Niko Tingerben (derecha), pioneros en el estudio del comportamiento animal. Uno de los discípulos más célebres del neerlandés es el biólogo evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins.

Konrad Lorenz (izquierda) y Niko Tingerben (derecha), pioneros en el estudio del comportamiento animal. Uno de los discípulos más célebres del neerlandés es el biólogo evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins.

Resumidamente, para Lorenz, Tinbergen y von Frisch el comportamiento tiene un valor adaptativo. En términos evolutivos, los comportamientos que no son estables, no “cristalizan” y desaparecen del acervo genético por ser poco útiles o eficaces. Una idea revolucionaria, ¿verdad? Sin embargo, el co-progenitor de la Teoría de la Evolución, Charles Robert Darwin (1809-1882) ya esbozó estas mismas premisas de trabajo de forma rudimentaria en tres obras posteriores a su popular El origen de las especies. Sus nombres: Variations of animals and plants under domestication (1868); The descent of man, and selection in relation to sex (1871) y Expression of the emotions in man and animals (1873).

En su Variations of animals and plants under domestication (Variaciones de animales y plantas domesticadas) el naturalista inglés detalla que los cambios en el comportamiento animal son consecuencia o resultado de la selección natural y que el hombre, durante la domesticación de diferentes especies animales, ha llevado a cabo un proceso de selección conductual en el que aquellos individuos más dóciles y proclives a entablar relación con el hombre se han visto “favorecidas” frente a los más agresivos o ariscos. Parafraseando a Darwin, la Revolución Neolítica fue en buena medida una selección conductual. Y no estaba en absoluto errado en virtud del conocimiento actual.

En el Pont del Petroli de Badalona (Barcelona) podemos encontrar la denominada Estatua del mono, un monumento que recrea la etiqueta de una popular marca de anís. Representar a Darwin como un simio fue una de las innumerables mofas a las que se vio sometido el naturalista británico después de formular su popular Teoría de la Evolución.

En el Pont del Petroli de Badalona (Barcelona) podemos encontrar la denominada Estatua del mono, un monumento que recrea la etiqueta de una popular marca de anís. Representar a Darwin como un simio fue una de las innumerables mofas a las que se vio sometido el naturalista británico después de formular su popular Teoría de la Evolución.

Más controvertido resulta su The descent of man, and selection in relation to sex (El origen del hombre y la selección en relación al sexo). A lo largo de los siete capítulos que conforman la obra, Darwin expone que el hombre comparte con el resto de animales ciertas semejanzas, como enfermedades y ciertos órganos rudimentarios. En el mismo texto rechaza la idea predominante de su época, la cual afirma que las distintas razas humanas constituyen especies independientes, afirmando que todas comparten un tronco o linaje filogenético común del que se han ido diferenciando. Para realizar esta afirmación se basa, además de en el evidente parecido morfológico, en la semejanza de no pocas costumbres. Para Darwin, estas costumbres o comportamientos (entre los que incluye incluso las facultades mentales o el lenguaje) son el resultado de la selección natural de instintos más simples que, a pesar de las variaciones existentes, seguían jugando un papel adaptativo.

Portada de la primera edición del Descent of man, and selection in relation to sex (1871).

Portada de la primera edición del Descent of man, and selection in relation to sex (1871).

La última obra que podríamos considerar pilar de la proto-Etología es Expression of the emotions in man and animals (Expresión de las emociones en el hombre y los animales). En esta obra, Darwin expone y desarrolla tres ideas interesantes: 1) determinados gestos o “expresiones” (a los que Darwin llama procesos naturales) se “universalizan” si son útiles y asociativos (es decir, otorgan información al otro “interlocutor”); 2) se castigan (en término evolutivos) expresiones inútiles o poco útiles, a las que denomina comportamientos antítesis y 3) estos gestos o procesos naturales desencadenan respuestas en el sistema nervioso de ambos interlocutores. La tergiversación de estas tres ideas dio origen posteriormente a lo que se conoce como Efecto Baldwin (en homenaje al psicólogo norteamericano James Mark Baldwin), que propone que la descendencia seleccionada tenderá progresivamente a desarrollar una mayor capacidad de aprendizaje de nuevas habilidades, no estando constreñida únicamente a las capacidades heredadas de sus progenitores y que están codificadas en su material genético. En otras palabras, el efecto Baldwin, aunque en un principio se planteó como un mecanismo para reconciliar las teorías lamarckiana y darwinista, ponía énfasis en el hecho de que el comportamiento de una especie, si se mantiene en el tiempo, puede “modelar” la evolución de dicha especie.

Como acaban de apreciar, las observaciones de Darwin siguen teniendo, en gran parte, vigencia, a pesar de haber pasado casi siglo y medio desde que fueron formuladas. Sus aportaciones no sólo revolucionaron la denominada “biología tradicional”, sino el pensamiento de toda una época, influyendo incluso en las generaciones posteriores. Su lucidez llegó a tal punto que, con los conocimientos y avances propios de la época en que le tocó vivir, se atrevió a dar explicación a los fenómenos y procesos biológicos más complejos conocidos hasta entonces incluyendo, por supuesto, nuestro comportamiento. En mi modesto juicio, si Tinbergen, Lorenz y von Frisch son considerados los padres de la Etología, Charles Darwin es, en cierto modo, su abuelo.


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Autor Eduardo Bazo Coronilla

Licenciado en Biología. Fue colaborador del grupo de investigación PLACCA (Plantas Acuáticas, Cambio Climático y Aerobiología) en el Dpto. de Biología Vegetal y Ecología de la Facultad de Farmacia (Sevilla). Micófilo


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