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Cuando escasee la hierba…

Cuando escasee la hierba…

En muchos lugares de Europa, el ganado se cría de forma extensiva, es decir, pasta libre en extensiones de terreno suficientes para una manutención más o menos natural. A menudo, se trata de explotaciones tradicionales que pueden estar asociadas a manifestaciones culturales como la Rapa das Bestas en Galicia o la Saca de las Yeguas en Doñana; y han dado lugar a razas específicas, adaptadas a la dureza de la vida en la intemperie y a las condiciones locales, que se incluyen entre la biodiversidad que ahora queremos conservar.

¿Dónde viven esas bestias? En muchos casos, se trata de tierras comunales e incluso espacios protegidos, donde comparten recursos con muchos otros herbívoros silvestres. La convivencia puede ser beneficiosa para algunos, como los conejos, que pueden beneficiarse de los espacios abiertos creados por los grandes ungulados (aquellos mamíferos que se apoyan y caminan con el extremo de los dedos, como los caballos) siempre que éstos se encuentren en densidades moderadas. Pero no siempre es armoniosa. Incluso a densidades moderadas, pueden aparecer fenómenos de competencia por el alimento que perjudiquen a los herbívoros silvestres y reduzcan la productividad de los domésticos. Más preocupante aún es la transmisión de patógenos y parásitos entre ambos grupos de animales, que puede comprometer el estado sanitario de ambos, como ocurre con la tuberculosis, transmitida por los jabalíes al ganado e incluso a especies amenazadas, como el lince ibérico. El control de patógenos y parásitos no está, además, libre de impactos: al estar el ganado libre en el campo, la utilización de antibióticos y antiparasitarios resulta a menudo en su liberación al medio, con consecuencias dañinas para todo el ecosistema. El caso más claro es el de la ivermectina, un antiparasitario cuya aplicación preventiva en la ganadería extensiva ha causado el empobrecimiento de la fauna de insectos coprófagos (aquellos que se alimentan exclusiva o mayoritariamente de excrementos de otros animales), la reducción de la importante función ecológica proporcionada por éstos (la descomposición de excrementos) y, en consecuencia, la pérdida de la fertilidad de los suelos y la productividad de la vegetación.

El aumento en la densidad del ganado, ligado a la demanda de mayor rendimiento económico en las actividades ganaderas, y de los herbívoros silvestres, causado por la ausencia de grandes depredadores y la proliferación de prácticas productivistas en los cotos de caza, ha exacerbado considerablemente estos problemas. La sobre-herbivoría es un fenómeno cada vez más extendido en nuestros ecosistemas. Bosques sin sotobosque, dehesas sin reclutamiento de árboles jóvenes, humedales sin plantas emergentes e incluso, aunque sea contraintuitivo, la matorralización de herbazales semiáridos, templados, alpinos y árticos. Una degradación a la que nos vamos acostumbrando hasta no reconocerla como problemática, debido al peligroso fenómeno de la amnesia ambiental o punto de referencia cambiante. Un fenómeno aún más peligroso porque el ajuste que acaba teniendo lugar en estos ecosistemas, sea por acción (reducción de la carga ganadera, descaste de herbívoros silvestres) o por omisión (mortalidad por falta de alimento o por epidemias asociadas a dicha carencia), choca con las convicciones de unas sociedades cada vez más desconectadas de los procesos que regulan las poblaciones naturales.

Nos estamos acostumbrando a la degradación hasta no reconocerla como problemática, debido al peligroso fenómeno de la amnesia ambiental.

Nos estamos acostumbrando a la degradación hasta no reconocerla como problemática, debido al peligroso fenómeno de la amnesia ambiental.

La sobre-herbivoría no es más que la consecuencia del desacoplamiento de las poblaciones de predadores, herbívoros y plantas, causado por la acción del hombre. Este desacoplamiento es particularmente problemático en los ambientes semiáridos  y mediterráneos, debido a las grandes fluctuaciones interanuales en la distribución y abundancia de las precipitaciones. Sin ser siquiera un caso extremo, los datos disponibles para el Parque Nacional de Doñana, indican que la precipitación anual (que en un año promedio es de 543 litros/m2), varió en las últimas cuatro décadas entre 173 y 1032 litros/m2; unos extremos que coinciden con la pluviosidad media del desierto de Tabernas y de las partes interiores de Galicia, respectivamente. Y que estas variaciones en la precipitación causaron variaciones de hasta un orden de magnitud (desde <1 hasta 10 toneladas de peso seco por hectárea) en las praderas de castañuela (Bolboschoenus maritimus) de la marisma de Doñana.

Como ni la carga ganadera establecida por el hombre ni la abundancia de los herbívoros silvestres responden de forma suficientemente a estos cambios, la consecuencia previsible es una baja herbivoría en años húmedos y un exceso de herbivoría en años secos. La primera permite recargar las reservas de las plantas perennes y el banco de semillas de las anuales, favoreciendo la producción vegetal en los años siguientes. La segunda, por el contrario, agota las reservas de las plantas perennes y el banco de semillas de las anuales, reduciendo la productividad de la vegetación en los años siguientes y llegando, en casos de sobre-herbivoría extrema, a causar la degradación irreversible de ésta y el desencadenamiento de procesos de desertificación.

Aunque la infra-herbivoría puede resultar problemática para las explotaciones extensivas, produciendo cambios no deseables en la vegetación (p.ej. su evolución hacia pastos menos gratos al paladar), la sobre-herbivoría tiene un potencial catastrófico, ya que puede causar de forma muy rápida cambios prácticamente irreversibles. Al igual que procesos naturales como la depredación permiten la regulación dinámica de esos cambios, aumentando la resiliencia (capacidad de adaptación) del sistema vegetación-herbívoros, las técnicas de gestión tradicionales incorporaban mecanismos para contrarrestar estos riesgos, como la trashumancia, que es el movimiento de ganado entre fincas y la reducción de la carga ganadera en años de sequía. La compartimentalización e intensificación de las fincas de ganadería extensiva y de las explotaciones cinegéticas, ligada a la enorme facilidad de acceso incluso a los rincones más remotos de nuestro territorio, ha roto estos mecanismos de regulación, haciendo mucho más frágil la pervivencia de todo el sistema.

Y es precisamente en este difícil escenario en el que debemos, actualmente, adaptarnos a los retos del cambio climático. Un cambio que ya está causando, en la región mediterránea, el aumento de las temperaturas y la disminución de las precipitaciones, una combinación  que reduce el agua disponible en la superficie y el suelo; acompañados del aumento en la frecuencia e intensidad de los eventos extremos: olas de calor y sequías, gotas frías e inundaciones. Una combinación de efectos que no hace sino multiplicar el riesgo de una degradación catastrófica de nuestros sistemas naturales sometidos a ganadería extensiva. No faltan ejemplos históricos de este tipo de procesos de degradación y colapso, como la desertificación del Sahel, desencadenada por una presión ganadera excesiva durante un periodo de aridización.

Y, ¿cómo podemos hacerlo? En esencia, necesitamos crear nuevas estrategias de gestión que superen las fuertes inercias sociales, ecológicas y políticas que caracterizan a la toma de decisiones actual, facilitando el aprendizaje continuo. Para ello, contamos con las herramientas que nos proporcionan avances tecnológicos como la observación de la tierra desde sensores aerotransportados (a bordo de satélites, aviones o drones), la monitorización mediante redes de sensores ambientales, y la evaluación de escenarios mediante modelos climáticos, ecológicos y socio-económicos.  Pero en esto, como en tantas cosas, el desarrollo tecnológico no acaba de estar acompasado con el desarrollo de nuestros sistemas sociales y de gestión. Avanzar rápidamente en este frente es tarea de todos: el tiempo se acaba y la degradación de nuestros ecosistemas, y con ellos de nuestro modo de vida, depende de que tengamos éxito.

Este artículo ha sido escrito por: 
Luis Santamaría, Juan Miguel Giralt, Pablo F. Méndez
del Grupo de Ecología Espacial (EBD-CSIC)

 


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