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Los murciélagos: entre sombras y ecos

Los murciélagos: entre sombras y ecos

Noche oscura, aire fresco, sinuosas nubes velando la pálida luz de la luna… el momento perfecto para los noctámbulos, que hacen de las tinieblas su escenario y salen a cazar poniendo alerta sus finos sentidos, sorprendiendo a sus presas en mitad de las sombras o incluso atrapándolas al vuelo. Y de entre todos ellos, los animales nocturnos favoritos, y a la vez más detestados, probablemente sean los murciélagos, oscuros protagonistas de leyendas sobre vampiros y temidos como vectores de enfermedades víricas como la rabia.

Estos animales, al igual que los seres humanos, son mamíferos: tienen la piel cubierta de pelo, dentición especializada y producen leche con la que amamantar a sus crías, que nacen directamente del vientre materno. No obstante, se les sitúa en un orden taxonómico distinto: mientras que nosotros somos del orden de los Primates (“los principales”, egocéntricos que somos), los murciélagos son del orden de los Quirópteros (“manos aladas”), y si bien nosotros somos los mamíferos con más imaginación de todos y podemos fantasear con historias de vampiros, los quirópteros tienen la medalla de ser los únicos mamíferos que han aprendido a volar de verdad.

Existen alrededor de mil especies descritas, todas distintas y distribuidas en diferentes familias taxonómicas. Entre los mamíferos, sólo les superan en número el orden de los roedores, que ya cuenta con más de dos mil especies, y con los que no tienen gran cosa que ver pese a que la palabra murciélago signifique etimológicamente “ratón ciego“. En la Península Ibérica tenemos casi treinta especies, según el Atlas de Mamíferos Terrestres disponible en la página web del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medioambiente de España: cuatro murciélagos herradura o rinolofos (gen. Rhinolophus), nueve murciélagos ratoneros (gen. Myotis), cuatro murciélagos enanos (Pipistrellus), tres nóctulos (Nyctalus), tres murciélagos orejudos (gen. Plecotus), un murciélago de montaña (gen. Hypsugo), un murciélago hortelano (gen. Eptesicus), un murciélago de bosque (gen. Barbastella), un murciélago de cueva (gen. Miniopterus) y un murciélago rabudo (gen. Tadarida).

Forma general de un murciélago, destacando las largas orejas, los huesos de la mano modificados y la membrana del patagio que constituye las alas.

Forma general de un murciélago, destacando las largas orejas, los huesos de la mano modificados y la membrana del patagio que constituye las alas.

La a característica común más evidente a todos ellos es la posesión de alas. En realidad, éstas son una profunda modificación de los brazos y las manos (el quiridio, técnicamente hablando): si observásemos atentamente la distribución de los huesos en el ala de un murciélago, podríamos encontrar su correspondencia con los que conforman nuestra propia mano, aunque están notablemente transformados y cubiertos por una membrana de piel, el patagio, que llega hasta los tobillos (los dedos de los pies se quedan libres para poder agarrarse a rocas y ramas). Prácticamente todos cuelgan boca abajo; es una cuestión de defensa contra depredadores. Vivir en el suelo les deja demasiado expuestos; quedarse colgando, en cambio, les facilita escapar teniendo en cuenta que son voladores. Basta dejarse caer y abrir las alas para emprender la huida.

Todos tienen también unas enormes orejas, aunque son distintas en cada especie, y es que al ser animales de hábitos nocturnos, en la mayoría de ellos los ojos tienen más bien poca de utilidad y ven fatal, pero tienen una increíble percepción de los objetos de su alrededor mediante su oído. Aunque es probable que te cueste imaginar cómo deben sentir los murciélagos, lo que hacen de forma habitual mientras vuelan es emitir ultrasonidos, normalmente con su garganta. Una excepción curiosa que podemos encontrar en la Península Ibérica son los murciélagos herradura, que tienen una protuberancia nasal en forma de casco de caballo con la que emiten los trenes de ondas. Estas ondas ultrasónicas, ya sean emitidas desde la nariz o desde la garganta, rebotan en forma de eco desde todos los obstáculos con los que se encuentran y son captadas por las enormes orejas con forma de antena parabólica que tiene el murciélago, que las interpreta a tiempo real como una imagen en tres dimensiones de lo que está rodeándole (terminológicamente, hablamos de “ecolocalización“). No necesita la luz para nada.

Población de Myotis lucifugus habitando el techo de una cueva

Población de Myotis lucifugus habitando el techo de una cueva

Los murciélagos viven en lugares muy variados: algunos habitan en los huecos de viejos árboles, otros viven en las grietas de las rocas o en los techos de las cuevas naturales y otros prefieren las construcciones humanas abandonadas, como antiguos torreones, desvanes, casas rurales deshabitadas, hórreos… En general, pasan más de la mitad de su vida refugiados, especialmente durante la época de cría y el invierno, y son animales a menudo muy gregarios: poblaciones enteras pueden arrejuntarse dentro de la misma cueva o la misma casa abandonada. De hecho, los murciélagos están seriamente amenazados por el hombre, no sólo por la reducción de sus nichos, sino también por la persecución activa bajo la idea de que son dañinos por su carácter de vectores de enfermedades (especialmente en zonas rurales y/o con bajo desarrollo sanitario). Como tienden a vivir en grupos, a veces atacar un refugio puede suponer depredar una población entera.

Actualmente, existen algunas medidas de protección para ellos y hasta se crean refugios. Las minas de galería abandonadas son importantes para ellos como sustitutivo de las cuevas, y en muchos lugares se han puesto cierres que, aunque no permiten el paso de los hombres al interior de la mina, sí permiten el paso de los murciélagos a través de las rendijas.

Por lo general, son activos solamente de noche y, cuando descansan durante el día, su temperatura corporal desciende hasta la temperatura del ambiente. Esto da pie a que en invierno hayan desarrollado la estrategia de hibernar: se juntan en grupos apretujados colgando de alguna pared y caen en un profundo sueño a la vez que su cuerpo se enfría hasta la gélida temperatura del aire invernal. A veces, un macho se despierta y copula a unas cuantas hembras (que permanecen dormidas). Cuando éstas se despierten con la llegada de la primavera, darán a luz a una camada de pequeños murciélagos. Después del apareamiento, el macho se recoloca en el grupo de congéneres durmientes y vuelve a caer en trance.

Por otro lado, pese a su fama, los murciélagos se alimentan en su mayoría de insectos (polillas, cucharachas, escarabajos, saltamontes…) o mismo de néctar, polen y fruta. Los enormes cactus saguaros (Carnegiea gigantea) de los desiertos de Norteamérica han evolucionado en consonancia con los murciélagos magueyeros (Leptonycteris nivalis ) de la familia Phyllostomidae (murciélagos con morro en forma de hoja). Cada año, estos murciélagos efectúan una larga migración previamente a la época de cría a través del desierto de Sonora, donde el único alimento que reciben proviene de las grandes, blancas y malolientes flores de estos cactus, que les ofrecen néctar a cambio de ser polinizadas por ellos. Tras la cría, los murciélagos recorren el camino en sentido contrario y, en este caso, lo que les sirve de alimento son los frutos de los cactus que previamente polinizaron. Los excrementos que los Leptonycteris dejan caer al suelo durante los muchos kilómetros de vuelta contienen las semillas incluidas enlos frutos que comieron; éstas germinarán y darán lugar a nuevos cactus. Un ejemplo de mutualismo perfecto entre animales y plantas.

De la misma familia que los Leptonycteris podemos encontrar en las selvas de Centroamérica al murciélago blanco de Honduras (Ectophyla alba). Tiene tamaño y aspecto de una bolita de algodón (no mide más de 4 cm) que se refugia debajo de las hojas de las Heliconias (carpas) en pequeños grupos de varias hembras y un macho. Este murciélago minúsculo y peludito se alimenta de fruta.

También se alimentan de fruta una amplia variedad de murciélagos conocidos como zorros voladores. Hay muchas especies, pero en contraste a los escasos 4 cm que mide el E. alba, el zorro volador filipino (Acedoron jubatus), por ejemplo, puede medir hasta 1,5 m; más que un niño de seis años. El gran zorro volador (Pteropus vampyrus), de Indonesia, es incluso más grande y, pese a su nombre científico, no se alimenta de sangre, sino de fruta, flores, néctar y polen de las plantas tropicales.

No obstante, entre los murciélagos sí podemos encontrar verdaderos vampiros, aunque no viven en España, ni siquiera en Europa, que es de donde proceden las leyendas de los vampiros. Éstos se clasifican dentro de la misma familia taxonómica que los diminutos murciélagos blancos de Honduras y los polinizadores de los saguaros, pero se agrupan en una subfamilia diferente, la subfamilia Desmodontinae, con tres especies que se alimentan exclusivamente de sangre. El más abundante es el vampiro común (Desmodus rotundus), que, a diferencia de casi todos los demás quirópteros, sabe correr. Su saliva tiene anticoagulantes, como la proteína bautizada como draculina, para que no se corte el flujo de sangre mientras está alimentándose. La industria farmacéutica está investigando las propiedades de ese tipo de sustancias como potenciales medicamentos, por ejemplo, para prevenir trombosis.

Murciélago vampiro común (D. rotundus)

Murciélago vampiro común (D. rotundus)

Todos los vampiros están repartidos desde Centroamérica hasta Argentina y Chile. Da bastante grima ver cómo se alimentan, ya que no chupan la sangre, sino que la lamen con la lengua después de abrir una herida en su víctima, y no muerden con los colmillos, sino con los incisivos, que tienen forma de pequeñas cuchillas. Si a eso le sumamos que se desplaza correteando como una araña apoyándose sobre sus codos tenemos una criatura a la que, francamente, da bastante miedo ver acercarse. Echando un vistazo a la clasificación de los murciélagos te darás cuenta de que algunos taxónomos estaban realmente preocupados con la idea de los vampiros, ya que podrás encontrar murciélagos Vampyrum, Vampyressa, Vampyrodes… pero lo cierto es que todos estos animales se alimentan de fruta y de bichos. Tampoco deja de ser curioso que la leyenda de los vampiros y su vínculo con los murciélagos sea anterior al descubrimiento de verdaderos murciélagos vampiros.

Cabe señalar que en el Hemisferio Sur algunas especies causan especial preocupación como transmisores de enfermedades; no sólo los murciélagos vampiro, aunque su contacto con la sangre del ganado los convierte en transmisores de la rabia. Sin embargo, también pueden actuar como vehículo de parásitos sus excrementos (guano), que, curiosamente, también son muy apreciados y comercializados como fertilizantes debido a su excepcional contenido en nutrientes limitantes como nitrógeno y fósforo. Ciertamente, no es buena idea molestar a un murciélago: de la misma forma que muchos otros animales temen al ser humano, los murciélagos no son una excepción y podrían intentar defenderse si se sienten amenazados, razón por la que probablemente se refugien en lugares protegidos y solitarios. Por tanto, para prevenir el contagio de algunas enfermedades por los murciélagos se deben tener las mismas precauciones que con cualquier otro animal: no molestar y mantener un entorno limpio.

Pese a las oscuras historias y mala fama de los murciélagos y aunque en  pueden transmitir algunas enfermedades (de la misma forma que los perros, las palomas u otros animales que viven cerca del hombre), son elementos fundamentales en muchos ecosistemas e incluso en algunos cultivos humanos, como en las plantaciones cafeteras de México. Los murciélagos polinizadores aseguran a veces de forma exclusiva la persistencia de determinadas especies vegetales, que acogen y alimentan a otros animales que a su vez pueden servir de alimento para otros mayores. Al mismo tiempo, también controlan las poblaciones de algunos insectos. Animales crepusculares y cazadores a altas horas de la noche, grandes como niños o pequeños como cerezas, adorables o con cara de pocos amigos, coman lo que coman, los murciélagos son  un engranaje clave aunque amenazado por nosotros, que nos negamos a prestar atención a aquello que a nuestros ojos no son más que sombras y eco.

 


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Autor Juan Encina Santiso

Profesor de ciencias, graduado en Biología por la Universidad de Coruña y Máster en Profesorado de Educación Secundaria por la Universidad Pablo de Olavide. Colabora en proyectos de divulgación científica desde 2013 como redactor, editor, animador de talleres para estudiantes y ponente. Actualmente, estudia Psicología por la UNED.


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