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La crisis hídrica: consumo, escasez y nuevas fuentes de agua

La crisis hídrica: consumo, escasez y nuevas fuentes de agua

Puede tallar las rocas de un territorio durante kilómetros para construir cauces y cañones; puede aportar riqueza y prosperidad a los pueblos o anegarlos completamente; alimenta los huracanes y a nuestros cultivos; disuelve, transporta y deposita, arrasando paisajes y construyendo otros; constituye los ríos y el 70% de nuestro cuerpo, transportando hormonas, nutrientes, gases, proteínas; sostiene nuestro metabolismo y oxida nuestros barcos y cañerías. Tan pronto acoge la vida como la destruye, morimos ante su exceso pero también ante su ausencia. Tres cuartas partes del planeta están cubiertas por ella, si bien menos del 0,12% del total (ríos, lagos, precipitaciones…) es apta para nuestro consumo. La mayor parte del agua se encuentra congelada o bajo tierra y, aun así, las masas de agua dulce no son siempre seguras. Gracias a las técnicas de depuración del agua que se han desarrollado en el último siglo, actualmente podemos consumirla con mayor seguridad para beber, cocinar, mantener nuestra higiene, ocio, agricultura e industria. En definitiva, necesitamos el agua potable para todo, si bien el acceso a ella no es algo universal.

Aunque el derecho al acceso a agua potable y al saneamiento básicos son reconocidos como derechos humanos esenciales por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se estima que entre 884 y 1.000 millones de personas no tienen acceso a agua potable y más de 2.600 millones disponen de agua que no ha sido sometida a saneamiento. Al mismo tiempo, algunas personas se dedican a comercializar agua directamente embotellada sin analizar ni tratar por el precio de 20 € la botella. Pero, ¿es recomendable beber el agua de la naturaleza sin tratamiento previo? ¿Todas las aguas que se comercializan están tratadas? ¿Puede el agua del mar paliar la escasez hídrica? ¿Y el agua de la lluvia?

La importancia de analizar y tratar el agua radica, en parte, en la cantidad de sustancias que puede disolver a su paso. Pesticidas, fertilizantes, medicamentos, microplásticos, metales pesados, cafeína o incluso cocaína, son sólo algunas de las sustancias detectadas a elevados elevados niveles en los cursos de agua próximos a nuestros asentamientos. Ello es debido, por un lado, a que el agua de lluvia y los cursos de agua próximos lavan las tierras de cultivo, la industria y las minas, tal que los productos químicos y residuos derivados de la actividad humana terminan en los cauces de la cuenca de drenaje. Por otro lado, el cuerpo humano no metaboliza la mayor parte de fármacos, sino que se limita a excretarlos en la orina, que acaba siendo conducida por los sistemas de desagüe a ríos y mares. Asimismo, las aguas fecales que generamos son sólo parcialmente tratadas antes de ser devueltas a la naturaleza, junto a excrementos de animales acuáticos, bacterias y patógenos derivados de nuestras aguas residuales.

Por tales razones, no es conveniente el consumo de agua directamente desde la naturaleza sin un análisis ni un tratamiento adecuado que la potabilice. No obstante, existe una excepción: las aguas que se venden como “agua mineral embotellada” han sido recogidas directamente de un manantial y no se han sometido a ningún tratamiento depurador, pues no lo necesitan. Esto se debe a las condiciones en las que se forma un manantial, un afloramiento de agua entre un estrato de rocas impermeables (como podrían ser granitos, margas o arcillas) y un estrato de rocas permeables (como las calizas) en el que se filtra y recoge el agua de la lluvia. Tal estructura geológica constituye lo que se conoce como “acuífero”, un reservorio de aguas subterráneas cuya pureza las hace aptas para el consumo. Los pozos, de hecho, se nutren de la explotación de los acuíferos. Sin embargo, cabe subrayar que, aunque las aguas minerales no se someten a tratamiento, sí son constantemente analizadas para comprobar su seguridad, de acuerdo con la definición y puntos contemplados en el Real Decreto 1798/2010. Es muy peligroso consumir aguas no sometidas a análisis, pues los acuíferos también pueden ser contaminados desde asentamientos humanos y, su sobreexplotación, puede conllevar a su contaminación por intromisión de agua marina (en el caso de que estén próximos a la costa).

El agua de mar, depurada o no, no se puede beber ni utilizar para regar cultivos debido a su contenido en sales (por término medio, una concentración del 35%), lo que la contrapone al “agua dulce” (con una concentración menor al 0,05%). En nuestro cuerpo, la concentración de sales en el agua del interior de nuestras células, es mucho menor en todos los casos a la del agua marina. Por tanto, si ingerimos ésta, el agua de nuestros tejidos tenderá a abandonarlos debido al fenómeno físico de la ósmosis, es decir, las concentraciones de dos disoluciones separadas por una membrana semipermeable tienden a igualarse por flujos del agua a través de dicha membrana. A nivel fisiológico, el agua de mar nos deshidrata, pudiendo llegar a matarnos y, en el mejor de los casos, producirnos efectos similares a la resaca (derivados, en parte, de la deshidratación que provoca el alcohol).

Sin embargo, la cantidad de agua que hay en el océano resulta muy tentadora, razón por la cual se están desarrollando técnicas de remoción de las sales minerales para generar agua apta para consumo; esto se consigue en las plantas desaladoras, hacen pasar el agua de mar a través de una membrana semipermeable en contra de gradiente, utilizando en el proceso altas presiones (ósmosis inversa). Según la Asociación Internacional de Desalinización, hay unas 18.000 desaladoras en total; la mayor de todas (en Arabia Saudí) tiene una capacidad de más de mil millones de litros al día, pero, en conjunto, estas plantas apenas satisfacen el 3% de la necesidad de agua global.

Otra alternativa en la que se está investigando es la captación de agua de la atmósfera. Se están llevando a cabo múltiples investigaciones de materiales higroscópicos capaces de atrapar el vapor de agua del aire o de la niebla. Sería más fácil recolectar el agua de la lluvia y de la nieve, pero no podemos obviar el hecho de que nuestra atmósfera actual recoge todo tipo de gases contaminantes (óxidos de nitrógeno y de azufre, hidrocarburos, metales pesados, aerosoles…) que nosotros y nuestras industrias emitimos a diario y que la lluvia arrastra consigo. Así, aunque hay estudios que muestran que se puede beber agua de lluvia sin apreciarse perjuicios para la salud (centrándose en su bajo riesgo microbiológico), lo cierto es que depende de la zona y las circunstancias, así como del almacenamiento. Las emisiones de las industrias y el tráfico rodado en las ciudades pueden contaminar el agua de lluvia, de forma que, de nuevo, puede no ser recomendable beber agua sin al menos ser previamente analizada y, de ser necesario, tratada. No obstante, hay muchos lugares (cada vez más) afectados por largos periodos de escasez de lluvias.

La extensión de las sequías; el agotamiento y/o contaminación de acuíferos y cursos de agua; el aumento exponencial de la población mundial, la propagación de enfermedades asociadas a la exposición de agua no saneada y la mala gestión de los recursos hídricos, son sólo unos pocos factores que amenazan con agravar la situación de crisis hídrica, con todas las consecuencias sociopolíticas que de ella se derivan. La inversión en ciencia y tecnología en la recuperación de agua salobre a partir de la atmósfera, los mares y nuestras propias aguas residuales, así como el retroceso de las prácticas contaminantes y la protección de humedales y acuíferos pueden paliar los efectos de la escasez de agua.


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Autor Juan Encina Santiso

Profesor de ciencias, graduado en Biología por la Universidad de Coruña y Máster en Profesorado de Educación Secundaria por la Universidad Pablo de Olavide. Colabora en proyectos de divulgación científica desde 2013 como redactor, editor, animador de talleres para estudiantes y ponente. Actualmente, estudia Psicología por la UNED.


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